Hispanos en acciónTulsa

Le mataron a su madre cuando él era un niño

El padre Ismael Antonio Comayagua, de El Salvador, tiene 9 años de haber sido ordenado presbítero en su país natal; pero actualmente trabaja como sacerdote misionero en la parroquia de Santo Tomas Moro, en Tulsa, Oklahoma. Su recorrido hasta aquí es una historia con mucho dolor hasta llegar al descubrimiento de su vocación. Aquí su testimonio:

Mi familia siempre ha sido católica; pero fue bastante desintegrada a raíz del conflicto armado. Yo nací en 1979, cuando fue el golpe de Estado en El Salvador. En 1980, cuando yo tenía un año de vida, asesinaron a mi mamá; y en 1982 asesinaron a mi abuela materna; asesinaron a mi hermano mayor también.

Luego tuvimos que salir huyendo de ese lugar para refugiarnos en otra comunidad. Era un tiempo en el que había toque de queda a partir de las seis de la tarde; y a esa hora, a las seis de la tarde, todos los días con mi papá rezábamos el santo Rosario.

Pero antes de eso mi papá estuvo huyendo un tiempo, por lo que a veces nos íbamos con una tía, y luego con otra.

Yo tenía 5 años cuando una tía quería regalarnos porque ya no tenía cómo darnos de comer. Pero recuerdo que ya antes mi papá una vez me llevaba cargado mientras caminaba con otro grupo de personas; otro hombre llevaba a una niña, y como ella y yo llorábamos mucho por el miedo, las bombas y los tiroteos, le dijeron a mi papá y al otro señor: «O asesinan a estos niños o se quedan». Y es señor tiró a la niña a una barranca y la asesinó. Pero mi papá dijo: «Yo no voy a asesinar a mi hijo, prefiero que me maten con él». Y mi papá se fue solo conmigo, mientras el otro grupo se fue aparte.

El hecho es que allá, con el paso del tiempo, un día le informaron a mi tía que habían asesinado a mi papá, pero gracias a Dios fue una falsa alarma. Y cuando se dio cuenta de que mi tía nos iba a regalar, mi padre regresó y dijo que se quedaría con nosotros sus hijos.

Los domingos mi papá nos llevaba a la Catedral, y antes de que comenzara la Eucaristía me daba una catequesis mostrándome todas las imágenes de los santos; por eso yo digo que mi padre fue mi primer seminario.

Fue pasando el tiempo, pero como vivíamos a la orilla del ferrocarril y ya estaban sacando a toda la gente de ese lugar, tuvimos que emigrar hacia otra comunidad, en donde viví la adolescencia.

El futbol y la vocación

Para entonces, como dice a canción, «fui creciendo, fui creciendo, y eché en el olvido mis oraciones». Me gusta más el futbol que ir a Misa.

Sin embargo, fue justamente jugando futbol que el Señor me llamó a través de una prima mía que me dijo: «Vamos a la iglesia, porque hay una convivencia juvenil». Nos reunimos 24 jóvenes y a partir de entonces comenzamos a perseverar, y yo me sentía tan a gusto en la comunidad juvenil que le dije al director técnico del equipo de futbol que yo ya no iba a jugar porque estaba en el grupo juvenil, y él me respondió que eso no impedía que yo pudiera seguir jugando, así que le dije que lo haría siempre y cuando tuviera tiempo.

A veces en el grupo juvenil jugábamos futbol, y llegamos a ir a jugar contra los seminaristas; estando ahí, en su Seminario, yo me decía a mí mismo: «Algún día yo voy a estar en este lugar tan hermoso».

Los sacerdotes comenzaron a hablarme de la vocación y me contaban sobre la vida en el Seminario. Entonces fui de nuevo con el director técnico del equipo de futbol y le dije que me iba al seminario, así que definitivamente ya no iba a jugar más, pero me respondió: «También los sacerdotes juegan»; y, sí, había un sacerdote que después de celebrar la Misa se iba a jugar futbol el domingo.

Les pregunté a los sacerdotes que me hablaban de la vocación si en el seminario se jugaba futbol, y me dijeron: «Sí, y lo primero que tienes que poner en tu mochila son los zapatos deportivos».

Cuando le conté a mi papá que me quería ir al seminario me preguntó: «¿No te gustan las mujeres?»; le contesté: «Sí me gustan; pero puedo servir al Señor de una forma distinta»; entonces me dijo: «Yo no te digo ni sí ni no; si tú quieres entrar al Seminario, entra; yo te apoyo. Y si el día de mañana te quieres salir, pues te sales con toda tranquilidad, No hay ningún problema».

De igual manera mis hermanos me apoyaron. Y lo siguen haciendo hasta la fecha.

Por Chucho Picón

 

Publicado en la edición impresa de El Despertador Hispano de noviembre de 2017 No. 6